Junio 02, 2021

Hace unos meses oí algo que me derrumbó una creencia. Stephen Porges, el que desarrolló la teoría polivagal dijo en una charla: “Los que sobreviven en la teoría de la evolución de Charles Darwin no son los más fuertes, son los que colaboran.”

 

Había pensado darle el beneficio de la duda a mis educadores creyendo que era yo la que había entendido mal la teoría Darwiniana. Esa que dice que sólo los más fuertes y aptos sobreviven.

Sin embargo, al conversar con varias personas descubrí que yo no la había entendido mal. Eso fue lo que nos dijeron, que había que ser fuerte para sobrevivir.

 

¡Tremendo recibir ese mensaje en una etapa de la vida en la que a penas estaba descubriéndome como personita, tanto en mi individualidad como siendo parte de un colectivo y mi lugar participativo en él!

 

Sin volverme conspiratoria, el hecho de que esta idea fuera introducida en el ámbito del reino animal fue una movida bien inteligente. Pues esta ley de la selva, que se aplica de manera aún más cruel en la sociedad, es más fácil de digerir cuando el ejemplo es que el león ganó y el venado perdió. Puede llegar a ser hasta tierno, e incluso romántico eso de los bandos de ganadores y perdedores en las escenas de National Geographic.

 

En la sociedad, cuando vemos a los mismos ganadores fuertes en la punta de la pirámide y los mismos perdedores débiles en la base deja de ser pintoresco. Pues ver al señor en pantaloneta esta mañana sacando a su perro y verlo pasar al frente del que está buscando su desayuno, ¡qué digo! su alimento de yo no sé hace cuantos días en la basura, y que el del perro ni siquiera reconoce la existencia del otro, sigue obedeciendo a esa misma ley de la selva.

 

Tristemente, estas escenas cotidianas no han sido obstáculo para normalizar lo inhumano e incluso, llegar a pensarlo, y bueno algunos con los huevos de decirlo: “es la selección natural de las especies”. Esta frase la oí varias veces cuando hace unos meses, aquellos que se han quedado por generaciones en la base de la pirámide, salieron a protestar por las injusticias del sistema en plena pandemia. Gritar ¡no más! a un sistema obsoleto e insensible que su principal justificación es la Ley de la Selva Darwiniana.

 

No estoy en la base de la pirámide y por eso no salí a marchar. Porque no llegué a sentir que no tenía nada más que perder.

 

Esto me invita a hacer una reflexión importante. Mientras que equipare fuerte con poder de decisión, privilegio, estar en un cargo alto de la escalera y capacidad adquisitiva, la ley de la selva me ayuda a justificar y perpetuar la falta de colaboración.  En otras palabras, si ser fuerte es la fórmula de éxito del sistema Darwiniano, ¡qué digo!, capitalista, todas las personas con menos oportunidades, con peor salud, con corporalidad baja, con accesos limitado a educación, información y recursos son los débiles y perdedores.

 

Esto ya dejó de ser una ley para convertirse en un consuelo de bobos y un antídoto a la responsabilidad que el privilegio ¡qué digo! que el fuerte tiene con el otro ¡qué digo! para que Darwin no se moleste, con el débil.    

 

Para terminar, retomo a Porges solo para decir que todos los huesos de mi cuerpo resuenan con que el mundo que estamos dejando atrás para darle paso al que quiere emerger está basado en la colaboración.

 

Sobrevivirán los que entienden la filosofía Sudafricana Ubuntu: yo soy porque tú eres.


Misael Moreno