Junio 22, 2022
Durante 12 meses hice el ejercicio de escribir muy juiciosa. Hasta febrero.
En marzo, sintiéndome totalmente abrumada por las historias de dolor, guerra, desprotección, injusticia, de contextos que todo lo permitían, me di, con dificultad, el permiso de no escribir ese mes. En abril, todavía sintiendo que no tenía espacio emocional para hacerlo fue mucho más fácil darme ese permiso, a pesar de la culpa. En mayo, no hubo ni medio minuto de remordimiento.
Esto fue posible porque creé un imaginario, una narrativa, una creencia que decía algo así como: “Ana, estás facilitando un proceso de crímenes de lesa humanidad. Estás rota. No pasa nada si por un mes no escribes. Eso se llama auto-cuidado”.
Dejar de escribir durante tres meses tuvo que ser justificado o sostenido por un permiso de un imaginario que yo creé. La narrativa compasiva de reconocer que no tenía la capacidad de hacer nada distinto que sostener y co-facilitar el proceso de asesinatos y desapariciones forzadas presentados como bajas en combate por agentes del Estado.
Curiosamente, mientras yo me echaba el cuento que justificaba o aminoraba la culpa de no escribir, los “falsos positivos” del proceso que estaba facilitando ocurrieron porque el Ejército también encontró una narrativa que le sirvió para justificar estos atroces crímenes: las bajas no son importantes, son lo único importante.
Si te pregunto ¿cuál es tu imaginario, cuál es el cuento que te echas para actuar de x o y manera, sabrías contestarme?
Foto: Aaron Burden